Rosa Campos Pulido
Instituto Tecnológico Superior de Zongolica
Doctora en Ciencias en Agroecosistemas Tropicales
mexicana
https://orcid.org/0000-0001-8682-9431
campospulidorosa@gmail.com

En la diversidad de espacios en donde se desarrolla un ser humano, la educación sigue siendo uno de los pilares fundamentales para promover habilidades blandas y formación integral. En este contexto, los docentes acompañamos a estudiantes que navegan entre territorios físicos y digitales, adaptándose a tendencias cambiantes y a la nueva era de la inteligencia artificial. Por ello, el alumnado se desplaza entre lo líquido y lo gaseoso, integrando aprendizajes que se transforman con rapidez.
El estudiante, en su complejidad, no se disocia: continúa siendo una unidad dentro de un entramado social más amplio. Desde esta perspectiva, la cultura de paz debe entenderse como un movimiento constante que promueva conciencia y acciones permeables. Este enfoque coincide con la perspectiva internacional, que concibe la cultura de paz como un proceso orientado a la justicia, la no violencia y la construcción de relaciones sociales basadas en el respeto (Calderón & Jiménez, 2024; United Nations, 2000).
En un mundo en el que la aparente individualidad convive con redes complejas de interacción, la educación debe redirigir sus estrategias hacia la formación de sujetos conscientes, capaces de reconstruir la cohesión social. Las docentes, desde distintos niveles educativos, jugamos un papel crucial en la reducción de la violencia. Reconocemos que existen caminos formales y estructurados. Sin embargo, también existen trayectorias más fluidas donde los jóvenes se adaptan en un entorno cambiante. Estos aprendices responden a estímulos inmediatos, buscan conexiones rápidas y aprenden en escenarios híbridos donde la emoción, la imagen y la tecnología se entrelazan. Esta simultaneidad caracteriza al estudiante contemporáneo, cuya identidad se construye entre flujos digitales y experiencias humanas en constante reconfiguración (Falconi et al., 2025; Vásquez & Calderón, 2025).
Comprender esta dinámica no significa perder el sentido de la enseñanza, sino resignificarlo. El reto docente consiste en equilibrar estructura y fluidez, norma y empatía, rigor académico y el bienestar emocional. Esa comprensión puede contribuir a mitigar la violencia hacia mujeres docentes, muchas veces invisibilizada en los espacios educativos, y al mismo tiempo fortalecer una cultura de paz que coloque el cuidado y la sensibilidad como valores centrales.
La violencia hacia las mujeres docentes es un fenómeno cada vez más visible que invita a repensar la práctica pedagógica desde categorías sólidas, líquidas y gaseosas. Lo sólido representa metodologías tradicionales y estables; lo liquido, la adaptabilidad emocional y pedagógica; la volatilidad y fragilidad que emergen ante tensiones sociales y educativas actuales.
En coherencia con esta metáfora, en 2025 emerge un perfil de estudiante que vive en simultaneidad: profundamente conectado al entorno digital y, al mismo tiempo, vulnerable ante la sobreinformación y la intensidad emocional. Como educadoras debemos ir un paso adelante para ofrecer una educación integral, revisando estándares de evaluación sin abandonar la formalidad académica. Es necesario incorporar la creatividad, reflexión crítica y acompañamiento emocional como ejes centrales, entendiendo que el conocimiento ya no puede medirse únicamente desde parámetros cuantitativos.
La educación contemporánea demanda un cambio de paradigma: dejar de ver al estudiante como un producto o resultado y reconocerlo como sujeto complejo con historia, contexto y emociones. Esta visión permite construir espacios educativos más humanos, donde la diversidad sea una oportunidad para el aprendizaje colectivo.
En este sentido, las mujeres en el ámbito educativo jugamos un rol esencial frente a la disolución social y estructural. No solo transmitimos conocimiento, sino que también acompañamos, contenemos y reconstruimos comunidades de aprendizaje. Nuestra práctica pedagógica se convierte en un acto de resistencia y de paz, capaz de contrarrestar la violencia simbólica y estructural presente en los contextos educativos.
Reconocer al alumno como sujeto emocional y social abre la puerta a un equilibrio entre paz, bienestar y aprendizaje significativo. Educar entre lo líquido y lo gaseoso implica aceptar que nada es completamente estable, pero que en esa fluidez también emerge la esperanza. Si logramos mirar al estudiante desde su complejidad, podremos construir una educación más justa, empática y consciente, donde el conocimiento deje de ser mercancía y se convierta en herramienta de transformación humana y social.
Referencias
Calderón García, R., & Jiménez Torres, J. A. (2024). Cultura de paz en estudiantes universitarios: una mirada a través de la teoría de representaciones sociales. Revista Iberoamericana de Educación, 14(28). https://doi.org/10.23913/ride.v14i28.1847
Falconi Ayón, P. M., Benítez Romero, F. X., & Maliza Cruz, W. I. (2025). Transformación digital en la educación superior: El papel emergente de la Inteligencia Artificial. Technology Rain Journal, 4(1). https://doi.org/10.55204/trj.v4i1.e76
United Nations. (2000). Culture of peace: Resolution adopted by the General Assembly (A/RES/55/47). https://undocs.org/en/A/RES/55/47
Vásquez Ruiz, N. M., & Calderón Villamizar, M. (2025). Redes sociales en el aula: Resignificando el aprendizaje en la era digital. Revista Humanidades, Tecnología y Educación, 1(1), 33–40. https://ojs.unipamplona.edu.co/index.php/HUTECEDU/article/view/3740
