Dra. Kirenia Chaveco Asin, Universidad de Oriente, Cuba

Introducción
La construcción social de la paternidad ha configurado históricamente las estructuras familiares, consolidando la imagen del padre como un proveedor distante, cuya función principal se limita al sustento económico. Esta concepción tradicional lo desvincula con frecuencia del cuidado cotidiano y de los afectos. Ante esta realidad, cabe preguntarse: ¿esa ausencia es el resultado de una elección individual o de un sistema que refuerza estereotipos de género?
Las respuestas a esta interrogante se hallan en los roles de género socialmente asignados a hombres y mujeres. En este entramado, la figura materna continúa siendo el eje central de las tareas de cuidado. Esta dinámica no solo perpetúa la división tradicional de funciones, sino que también alimenta la histórica sobrecarga de responsabilidades impuesta a las mujeres. El presente análisis se propone profundizar en las implicaciones de estas construcciones sociales y en la urgente necesidad de redefinir la paternidad.
Desarrollo
Redefinir la paternidad, es una urgencia que se hace evidente al observar cómo la cultura, cual maquinaria persistente que moldea nuestras creencias y comportamientos, sigue reforzando la idea de que los afectos son un atributo natural de la maternidad (Díaz, 2014; Lamb, 2010). Bajo esta lógica, las mujeres asumen el cuidado, mientras los hombres proveen recursos económicos. ¿Quién pierde más en esta ecuación? Los hijos e hijas, sin duda. Sin embargo, los padres, se pueden ver afectados, al despojarse del derecho y del deber de cuidar con afecto y presencia.
La paternidad no debe ser un acto voluntario o excepcional. Esta premisa nos invita a reflexionar sobre las profundas asimetrías internas que atraviesan las relaciones parentales, dado que, en la práctica, el cuidado tiene rostro femenino. Nuestro enfoque, por tanto, se dirige a una realidad más compleja: la de las barreras culturales y estructurales que limitan la presencia activa del padre en el desarrollo emocional, físico y afectivo de sus hijos e hijas (Martínez & Llamas, 2016). No se trata de convertir el cuidado en una proeza masculina, sino de naturalizarlo como una práctica esperada y valorada para todos.
Uno de los núcleos del problema reside en que, desde edades tempranas, a los hombres no se les educa para cuidar. El mandato de la masculinidad tradicional los instruye en la represión emocional, la competencia y el éxito material, dejando fuera de su vocabulario afectivo verbos como cuidar, llorar o abrazar (Connell, 2005). Cuando un hombre se atreve a vivir una paternidad sensible y comprometida, suele enfrentar burlas o desconfianza, pues la crianza sigue siendo un territorio con un capital simbólico fuertemente feminizado.
Esta masculinidad hegemónica, construida sobre siglos de represión emocional, ha gestado generaciones de padres ausentes o empujados a estarlo, hombres a quienes nunca se les transmitió que su cariño importaba tanto como el de una madre. Por ello, es fundamental reconocer que la paternidad no puede ni debe ser concebida como acto rígido o carente de afectos, ya que existen múltiples formas que van más allá de lo aprendido o lo heredado.
Entonces, ¿cómo podemos romper con este esquema de padres ausentes o excluidos? La transformación debe abordar las raíces del problema
No podemos seguir perpetuando modelos obsoletos donde mamá cocina y papá lee el periódico. Esto implica legitimar el rol paterno en el ámbito del cuidado, contrarrestando los patrones de la masculinidad tradicional. Por otro lado, se requiere una revisión profunda de nuestras prácticas culturales y sociales, la balanza del juicio no debe cuestionar más a una mujer que confía el cuidado de sus hijos al padre que a un hombre que se desentiende por completo, evidenciando una arraigada desconfianza en la capacidad paterna para consolar, educar o cuidar.
Debe entenderse que la equidad en la crianza no se logra reemplazando a la madre ni fomentando una competencia por el amor de los hijos e hijas. Se trata, por el contrario, de compartir la responsabilidad afectiva con justicia y equilibrio. Porque criar es, en esencia, una danza que se baila entre dos, donde cada paso y cada presencia son fundamentales para el bienestar y desarrollo integral de cada miembro de la familia.
Conclusiones
Una paternidad activa y corresponsable no debe ser un privilegio reservado a quienes desafían los estereotipos, sino un derecho protegido, garantizado y promovido por las instituciones, las políticas públicas y la cultura.
Reivindicar el rol de los padres no representa un retroceso en la lucha por los derechos de las mujeres. Al contrario, constituye un avance ineludible hacia una verdadera equidad de género.
Crear una sociedad más justa pasa, inevitablemente, por democratizar los afectos, redistribuir equitativamente el cuidado y visibilizar la presencia paterna como un pilar fundamental. Solo así lograremos que deje de ser noticia ver a un padre quedarse en casa, abrazar, escuchar, asistir a reuniones escolares, o curar rodillas y corazones.
Regencias bibliográficas
Connell, R. W. (2005). Masculinities (2nd ed.). University of California Press.
Díaz, M. E. (2014). La paternidad activa: Una revisión crítica desde los estudios de género. Revista Latinoamericana de Estudios de Familia, 6(1), 23–36.
Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano (INAPL). (2019). Representaciones sociales sobre la paternidad en contextos urbanos. Buenos Aires: INAPL.
Lamb, M. E. (Ed.). (2010). The role of the father in child development (5th ed.). John Wiley & Sons.
Martínez, A., & Llamas, R. (2016). Paternidades en transformación: desafíos y resistencias. Papeles del CEIC, (1), 1–26. https://doi.org/10.1387/pceic.16367
Organización Mundial de la Salud. (2007). Engaging men and boys in changing gender-based inequity in health: Evidence from programme interventions. https://apps.who.int/iris/handle/10665/43679
