Oscar Misael Hernández. El Colegio de la Frontera Norte

En el año 2004 me preguntaba qué significaba ser padre y cómo ello se relacionaba con ser un hombre. Entonces yo era un antropólogo social en formación, soltero y sin progenie; así que el cuestionamiento no era para mí, sino pensando en otros hombres que vivían en la capital de Tamaulipas. Durante mi trabajo de campo, descubrí que la paternidad era un núcleo de construcción de la masculinidad, pues algunas personas afirmaban que un hombre responsable no sólo era el que proveía a la familia, sino aquél que se comprometía con la crianza y educación de sus hijos o hijas; de lo contrario era un cabrón (Hernández-Hernández, 2009).
Así fue que medio entendí eso de la paternidad y la masculinidad, aunque en los zapatos de otros. Ni ganas me daban de ser papá, pues el psiquiatra Anthony W. Clare (2002) afirmó que la paternidad, más que ser una ayuda para madres e hijos, era una amenaza. Otros, como el antropólogo Rafael Montesinos (2002), diplomáticamente sugerían que la paternidad debía replantearse. Muchos años después lo viví en carne propia: nació mi hija. Mi propósito en este brevísimo ensayo es reflexionar sobre este tema con base en un ejercicio autoetnográfico (Ellis, Adams y Bochner, 2015), compartiendo mi caso en el marco de otros contextos.
Quizás mi experiencia en estos menesteres inició cuando mi pareja me dijo que íbamos a ser padres. Similar al pueblo Himba, del sur de África, para mí mi hija nació desde el momento en que supe de su existencia germinal. Me convirtió en un hombre feliz, porque siguiendo a José Martí, ya había plantado un árbol, escrito un libro y ahora tendría una hija. Bueno, también pensé que ya me desharía de las críticas familiares sobre no haber procreado a pesar de “ya tener mis añitos”, y, por ende, me cuestioné si estaba feliz de verdad, o porque pensaba que finalmente mi masculinidad se reforzaría con la procreación (Olavarría, 2001).
Después mi hija nació literalmente, en marzo de 2020. Sí, ella nació a la par de la pandemia por Covid-19, esa que causó conmoción y estragos (De Sousa Santos, 2020). Cuando la médica me preguntó si entraría a quirófano para recibirla, valientemente le dije que no porque me daba miedo. Me miró y me espetó algo sobre la falta de solidaridad con mi pareja. No me caló tanto porque ya lo había hablado con ella. Entonces redefiní lo que la antropóloga Angelith Castillo (2011) llamó “el complejo de la suegra”: a pesar de los vínculos “tensos” que, entonces, tenía con mi suegra, le dije que le cedía el honor de estar en el quirófano, como mi representante, para estar con su hija y recibir a la mía. Ella entró con gusto y yo, esperé, ansioso, ver a mi niña en el cunero. Finalmente, una enfermera salió con ella y lloré.
En ese momento todas las teorías sobre paternidad, masculinidad y demás, no tuvieron ningún sentido. Pero el hallazgo etnográfico que hice en el 2004 vino a mí como tormento: ¿sería un padre responsable o un padre cabrón? Y no sólo eso, también temí que la maldición de Pedro Páramo se repitiera: como en la novela de Juan Rulfo, mi padre biológico se desentendió de mi casi desde que nací y cuando lo busqué a mis veintitantos, para pedirle ayuda, me mandó al diablo; y mi padre de crianza, en mi adolescencia me aborreció y me fui de la casa.
Mi hija comenzó a moverse y me sacó de mi ensoñación. Después mi suegra salió y mutuamente nos felicitamos. Su primera nieta, mi primera hija. Un chico se acercó a los cuneros y se mostraba ansioso. También acababa de ser papá. Me compartió su felicidad, pero también su preocupación: no quería ser como unos de sus primos, quien dejó a su pareja con una niña de dos años y ahora ya tenía nueva pareja e hija; tampoco quería ser como un vecino, que, en su opinión, en lugar de jugar con los hijos los fines de semana, se la pasaba tomando y viendo fútbol. Descubrí que no era el único atormentado. También que, ante experiencias vitales, algunos hombres compartimos emociones, sentimientos, un “acá entre nos” (Núñez Noriega, 2007).
Por la tarde llevaron a mi hija a la habitación donde mi pareja y yo ya estábamos esperando. La red familiar y de amistad se hizo presente. Al siguiente día nos dieron de alta. Afuera, el paisaje desolado. La pandemia había llegado. A la cuarentena posparto se unió la cuarentena sanitaria, y a la pregunta sobre ser padre y ser hombre, se añadió qué significa serlo en tiempos de pandemia. No recuerdo quién nos llevó a casa, pero cuando llegamos, había muchos víveres, pañales de tela y una pequeña cuna. La suegra y su hermana se habían encargado. En mi trabajo declararon el home office, así que 100% estuve con mi hija y mi pareja. Al igual que otros padres de México, que también se estrenaron durante la pandemia (Páez Ramírez y Zúñiga Elizalde, 2021), no sé si el confinamiento me hizo más responsable o sólo participé un poco más en labores del hogar y cuidado de mi hija.
Sin embargo, fue un hecho que, tanto para mi pareja como para mí, organizarnos como padres y como profesionistas –ella recién doctorada y yo ya como profesor- no fue fácil. Después de todo, conciliar la vida doméstica y la vida profesional en tiempos de la pandemia fue complicado (Hurtado, 2021). Hacer de comer no me salvaba de las críticas de no cambiar a la niña. Todo un conflicto a quién le tocaba levantarse por la noche para arrullarla o darle biberón. Ni qué decir de bañarla. Mi torpeza a veces era mi excusa. Pero el tiempo pasó y también la pandemia. Mi hija ha crecido y con ella nuevos matices de mi paternidad, pero como dijo la abuela de México, Sara García: esa es otra historia.
Referencias
Castillo, A. (2011). El complejo de la suegra y el desentendimiento social en Venezuela. Tesis de antropología. Caracas: Universidad Central de Venezuela.
Clare, A. (2002). Hombres. La masculinidad en crisis. Madrid: Santillana Ediciones.
De Sousa Santos, B. (2020), La cruel pedagogía del virus, Buenos Aires: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales.
Ellis, C., Adams, T. E., y Bochner, A. P. (2015). Autoetnografía: un panorama. Astrolabio, 14, 249-272.
Hernández-Hernández, O. M. (2009), Descobijando a los hombres. Masculinidades y relaciones de género en Cd. Victoria, México: Universidad Autónoma de Tamaulipas.
Hurtado, R. (2021). Paternidad, maternidad y vida doméstica en tiempos de pandemia. Consultado en https://dadun.unav.edu/server/api/core/bitstreams/f186d22c-b464-4d50-94fe-d2a3f3c701b5/content
Montesinos, R. (2002). Las rutas de la masculinidad. Ensayos sobre el cambio cultural y el mundo moderno. Barcelona: Gedisa.
Núñez Noriega, G. (2007). Masculinidad e intimidad: identidad, sexualidad y Sida. México: Miguel Ángel Porrúa-PUEG/UNAM-El Colegio de Sonora.
Olavarría, J. (2001). Y todos querían ser buenos padres. Santiago de Chile: FLACSO.
Páez Ramírez, I. y Zúñiga Elizalde, M. (2021). ¿Paternidades en transformación? Ser padre en Culiacán. Sinaloa, en tiempos de confinamiento y crisis sanitaria. Región y Sociedad, 33(e1502), 1-23.
